Durante la época del comunismo, las festividades religiosas fueron suprimidas y sustituidas por la bienvenida a la primavera. En la actualidad, es impresionante la intensidad con la que se vive el cambio de estaciones, que en todo el país se celebra con un ánimo asombrante. Del invierno melancólico, frío, blanco, cuando la gente se reúne más en las casas en busca de calor y las calles están prácticamente vacías, se pasa a un estallido de colores y calor, con numerosos festivales en todas las regiones y prácticamente durante toda la primavera que dan la bienvenida a esta nueva etapa del año.
Después del comunismo se volvió a las festividades religiosas, que más que tener un sentido religioso, tienen un marcado carácter festivo y divertido. Semana Santa es celebrado en todas las regiones, especialmente en Moravia. Es típico que las mujeres y niñas pinten y decoren huevos, simbolizando también la riqueza y fertilidad de la primavera, y utilizando muy diversas técnicas de decoración, sobre todo con materiales naturales (cáscaras de cebollas, tintes vegetales, hojas, hierbas...). En estas fechas también es tradicional el “día de los azotes”, en el que las mujeres llevan un lazo y los hombres del pueblo se reúnen y con una rama de un árbol muy flexible azotan a las mujeres y les hacen cosquillas hasta quedarse con sus lazos, los cuales atan a sus “látigos”, intentando obtener cuantos más lazos mejor, y ese látigo formará parte de la decoración de la casa hasta el año siguiente.
Es una tradición que algunos/as pueden considerar algo machista, pero en los checos no se intenciona nada similar, siendo una de las tradiciones más divertidas de su cultura. Especialmente en aldeas pequeñas de Moravia, donde no hay excusas para no participar de estas tradiciones, es un momento de unión en todo el pueblo, los hombres, chicos y niños se pasean por las casas, donde las mujeres y niñas pintan huevos y se refugian de los latigazos y ataques de cosquillas para que no se lleven sus lazos.
Personalmente sentí que la gente en la Republica Checa en general es gente muy tranquila, y podría decir que a primera vista parecen algo distantes, pesimistas y que difícilmente exteriorizan sus sentimientos por lo que al principio puede parecer difícil empezar una relación de amistad, pero una vez que se abren a otra gente resultan personas de lo más cálidas, con gran capacidad para escuchar a los demás y ayudar. Son personas, generalmente, muy amables y hospitalarias, la mayoría muy familiares y podríamos decir que con un circulo social “pequeño pero estable”, pero una vez que te dejan entrar en ese círculo mantienen los vínculos y demuestran mucho sus sentimientos cuando se logra cierto grado de confianza.
Las condiciones que han vivido, a nivel político, económico y social, hace que miren a la gente extranjera con ojos de curiosidad y en ocasiones con cierta desconfianza hasta un cierto grado de inferioridad, especialmente en los pueblos. La mayoría no están acostumbrados a pasar largas temporadas fuera de su lugar de residencia por lo que se produce cierta incomprensión ante un extranjero que va a vivir a su país, pero siempre mantienen una actitud amable y dispuestos a ayudarte con todo en todo momento.
Para mi, como voluntaria europea, fue un verdadero placer descubrir y adentrarme en este país en concreto, sin haberlo elegido yo como primera opción, se cruzó en mi camino y me alegro de que haya sido la República Checa, y que haya podido vivir de cerca la vida primero en una pequeña y preciosa ciudad y después en una aldea muy pequeña del sur de Moravia. La gente es lo que le da su personalidad al país y creo que el factor más importante a la hora de integrarse en otra sociedad en un principio tan distinta a la española. Es una personalidad a veces pasiva, que a un español con hiperactividad en las venas y sin canalizar puede sacar de quicio en alguna ocasión, sobre todo al principio, pero para facilitar este proceso de adaptación, resulta muy práctico centrarse en los aspectos en común antes que en las diferencias, algo que en mi caso particular me ayudó a comprender en pocos meses la cantidad de similitudes que puedo encontrar con una persona checa antes que con un español “típicamente español”, por el carácter, por la forma de ser, por las conversaciones, por la forma de establecer vínculos, etc.
De República Checa me fui convencida de que me quería ir para acabar esa época y comenzar otra en la que esta pequeña república ya formase parte de mi vida para siempre y aunque no viva ahí, poder volver, por ejemplo, cuando me apetezca descubrir más sitios y encantos del país, porque creo que ni un año entero es suficiente para conocer todos esas cosas que tiene por muy pequeño que sea geográficamente (pequeñas aldeas, casas peculiares, pequeñas montañas que ofrecen vistas inigualables, ciudades desiertas, pueblos bulliciosos, los típicos festivales regionales...) y para ver a la gente que dejé allí y que me abrieron las puertas de sus casas cuando más las necesité, volver a esas reuniones “familiares” en los que el té, los silencios y la tranquilidad conforman el mejor escenario para compartir lo que quieras compartir y con quien lo quieras compartir.
De allí me llevé alguna cosa típica, montones de fotos, imágenes y recuerdos y pocas pero buenas amigas que llegué a conocer a fondo y dos años después de habernos conocido y pasar tiempo distanciadas, todavía siguen escribiendo, llamando y hablando de las mismas cosas, invitándome a sus casas constantemente, mandándome saludos de su madre, sus tías, sus abuelas y hermana, bromeando con lo mismo y contando conmigo para determinadas ocasiones, como cuando me hacían sentir una gallega perdida entre Olomouc y el sur de Moravia adaptándose a la vida Checa.
Los primeros meses todo era novedoso, atractivo y cuando me quise dar cuenta me movía por el país con toda la facilidad del mundo, comunicándome, básicamente pero llegando a comunicar, con ese grupo reducido pero estable de gente que sabe cuando hablar y cuando callar, cuando escuchar y cuando ayudar.
Si bien las dos personas con las que compartí la mayor parte de mi tiempo en República Checa eran una francesa y una griega también voluntarias (tal vez por eso de la hiperactividad en la sangre compartida) con quienes descubrí la mayor parte del país y conocí otros, conviví la mayor parte del tiempo y descubrí esas pequeñas cosas del día a día en otro país, ya que como voluntaria tienes una serie de facilidades que te permite cierta libertad que un/a checo/a viviendo con su familia, estudiando y trabajando para salir adelante y buscarse la vida no tiene, con la gente checa que llegué a conectar guardo un vínculo muy especial, porque tanto para mi como para ellas (y digo ellas porque noté que las mujeres son más abiertas que los hombres a la hora de entablar una relación de amistad), fue una experiencia muy enriquecedora y gracias a la cual crecimos juntas, aprendimos sobre otras culturas y formas de ver el mundo, y compartimos buenos y malos momentos que reforzaron esos vínculos.
Todo esto no se aprecia mientras estas allí e intentas cambiar a los checos para que sean ellos/as los/las que se adapten a ti de algún modo, pero cambiar la mentalidad de los checos es muy difícil (como la de los gallegos) y no tiene ningún sentido, y para mi es un orgullo ver, casi dos años después, que la mejor amiga que hice en República Checa, acostumbrada a vivir en su casa típicamente checa, dedicada a su familia, su casa de campo y su jardín, sus incontables cervezas y comiendo carne dos veces al día, sin mirar más lejos que la Ceska Republika, se ha venido a vivir a España una larga temporada, ha disfrutado como nunca, ha conocido y conectado con mis mejores amigos españoles... y ha vuelto a República Checa para seguir con su familia, su casa de campo y su jardín, sus cervezas y su carne, y de nuevo se prepara para irse otra vez a crecer un poco más y aprender nuevas cosas a otro país, haciendo la parada obligatoria de nuevo en mi casa para compartir otra vez esos momentos familiares de conversaciones, infinitos tes y música tranquila, limpiando el jardín y bebiendo cervezas como auténticas checas.
Otro orgullo o reto personal es recibir un abrazo de una persona checa, tan cerrados y tan fríos como presumen, pesimistas y distantes, una vez que dan el primero se les hace una práctica habitual expresar sus sentimientos y acercarse en ese aspecto de una manera más sincera que muchos/as españoles que gesticulan, hablan mucho y se acercan pero no expresan sentimientos personales. Como en todos lados, hay gente de todo tipo, pero a veces la gente que no se muestra tal y como es en un principio tiene más que ofrecer a los demás.
Al principio me frustraban las aspiraciones de mi mejor amiga checa, que quisiera casarse lo antes posible, tener hijos y dedicarse a su familia, me resultaba algo impensable en aquel momento. Al final resultó que ella me enseñó a ver otras formas de vida basadas en el amor (por muy fríos que se digan que son los checos...) y yo a ella que antes de dedicarse a eso se pueden hacer miles de viajes que te abran la mente para decidir cual es el mejor momento de tu vida para cada cosa. En general dos personalidades que en un principio chocaban resultaron ser de lo más complementarias. Y siempre lo recordaremos con una enorme sonrisa en los labios.
Mi experiencia en República Checa me ha servido para valorar muchas cosas, aprender a chapurrear en un idioma que al principio veía imposible, ser más respetuosa con las diferencias, valorar el ritmo de vida de otra forma, correr sólo cuando se escapa el tren y sólo si ese es el último, o disfrutar de una conversación sincera con una buena pivo y todo el tiempo del mundo para poder comprobar por mi misma si la gente de la República Checa es fría, distante, machista, alcohólica, vaga y pesimista, o más bien, todo lo contrario.
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